El sacerdote debe ser
un padre y un pastor para todos sin excepción. No trabaja sólo unas horas determinadas, sino que es sacerdote por siempre y para siempre.
Debe estar disponible las veinticuatro horas del día, sobre todo, para cosas importantes. Y debe hacer su labor pastoral con ánimo amable y acogedor, porque cualquier persona, por pobre que sea, debe tener derecho a pedirle algo de su tiempo para ser escuchada o atendida. Esto significa que debe ser sacerdote de cuerpo entero, y no a medias tintas, evitando los malos tratos, teniendo paciencia con todos y siendo comprensivo.
Con frecuencia, la gente se acerca al sacerdote para pedirle que los encomiende a ellos o a sus familiares, en casos de especial necesidad o en problemas de salud del cuerpo o del alma... Y el sacerdote debe ser el padre bueno que los escucha y los consuela y pide a Dios por ellos. San Josemaría Escribá de Balaguer decía: Hay que ser, en primer lugar, sacerdotes, después sacerdotes y siempre y en todo sacerdotes.
La Iglesia necesita sacerdotes enamorados de Cristo, felices de seguir al Maestro, mientras recorre la tierra en busca de almas que salvar, con el corazón palpitante de amor sacerdotal. Y, sobre todo, la misa diaria debe ser el punto central de cada día en la vida de un sacerdote.
La misa diaria debe ser el punto central de cada día en la vida de un sacerdote. Y esto ¿por qué? Porque el sacerdote de hoy, de mañana y de siempre, debe ser otro Cristo, asemejarse a Cristo. Y esto sólo puede conseguirlo, celebrando diaria y devotamente la santa misa, pues la celebra en la persona de Cristo. Cristo celebra la misa por medio del sacerdote que, en esos momentos, está como identificado con Él, como el fuego y el hierro se unen en un hierro rusiente. Son UNO, siendo dos. Son dos en UNO. Por eso, esta unidad e identificación del sacerdote con Cristo en la misa y comunión debe llevarla a la vida diaria y debe comportarse como otro Cristo en la tierra. Y ofrecer cada día en la misa, como un buen padre, las preocupaciones y necesidades de todos sus hijos.
Cuando bautiza, es padre de modo especial; porque, en ese momento, engendra hijos para Dios y los hace nacer a la vida de Dios. Igualmente, cuando confiesa y aconseja está siendo padre amoroso que perdona a sus hijos extraviados y, con el poder de Dios, les devuelve la vida divina o los dirige por el camino del bien.
Los fieles quieren ver al sacerdote humilde, sencillo y cercano. También lo quieren culto, de modo que pueda aconsejarles en cualquier cuestión moral o personal que se presente. También quieren que rece, que no se niegue a administrar los sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas..., que ponga amor y devoción en la celebración de la santa misa, que consuele a los enfermos y afligidos, que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana[1]. (Continuará).